Jugar con niños y sus dificultades

En conversaciones con otros padres y madres, surge a menudo la misma reflexión: jugar con los hijos no siempre es fácil. Para mí tampoco lo ha sido. Y es que no se trata solo de “pasar el tiempo”, sino de un encuentro profundo entre adultos y niños, con lógicas y expectativas distintas.


1. El origen del juego

El juego no es un pasatiempo trivial. Tal como plantea Johan Huizinga, es un acto serio y libre que ocurre en un “círculo mágico” separado de la vida cotidiana. Ese espacio tiene reglas y límites propios, y resulta fundamental para la formación cultural, social y psicológica.

Los niños en el juego ensayan roles, exploran normas y ponen a prueba habilidades antes de enfrentar el mundo adulto. Allí desarrollan la capacidad de imaginar, crear y confiar.

Esto implica que el juego no es consecuencia de la civilización —como el arte o la tecnología—, sino la condición previa para que la cultura exista.

  • En lo biológico, el juego entrena y fortalece habilidades cognitivas, sociales y físicas.

  • En lo simbólico, permite experimentar roles, reglas y ficciones antes de que existan instituciones formales.

  • En lo psicológico, se transforma en un laboratorio donde probamos identidades, habilidades y vínculos.


2. El círculo mágico del juego

El juego ocurre en un tiempo y espacio especiales: puede ser un partido, una partida de cartas o una tarde en el patio. Dentro de ese círculo, las reglas externas se suspenden, las jerarquías cambian y la experiencia se vive con intensidad.

Como adulto, entrar en ese espacio no siempre es sencillo. Requiere dejar de lado preocupaciones y responsabilidades, cosa que los niños hacen de manera natural. Cuando están seguros, amados y con sus necesidades básicas cubiertas, entran en el círculo mágico con una facilidad envidiable. La línea de juguetería suele ser la mejor opción de nuestro catálogo para que los niños jueguen por su cuenta, mientras que los juegos infantiles suelen requerir que un adulto les enseñe antes de poder jugar solos a su manera, a pesar de que pueden ser para la misma edad.


3. El “yo que juega”

Aunque sea por un momento, jugar transforma tanto a adultos como niños. Estos últimos entran en el juego con fluidez y confianza, mientras que uno, como adulto, suele hacerlo desde un “modo estructurado”: necesito reglas claras, objetivos definidos. Ese choque obliga a soltar control, a adaptarnos a lo imprevisible.

El yo del niño está en pleno desarrollo. Cuanto más pequeños son, menos vergüenza sienten y más confianza tienen en los demás. A medida que crecen, la familia, la escuela y la sociedad los van empujando hacia un yo adulto, más rígido y estructurado.

En cambio, como adulto, uno se aferra a lo familiar, a lo predecible. Lo nuevo, aunque sea agradable, exige esfuerzo mental y cansa. Y si no cultivo espacios de juego en mi vida, me resulta cada vez más difícil volver a entrar en ese estado lúdico con naturalidad. Los juegos que pueden llenar esta brecha son los que llamamos familiares en nuestro catálogo, porque combina mecánicas que integran fácilmente a grandes y chicos.


4. La interacción entre adultos y niños

Los primeros juegos —escondidas, almohadazos, fingir ser monstruos— son fáciles de compartir. Pero, a medida que los hijos crecen, el juego se estructura más: aparecen turnos, reglas, competencias y emociones más intensas.

Ahí empieza el verdadero reto. Como adulto, tengo que guiar y acompañar sin imponer siempre mi lógica. Entre los 5 y 14 años, adultos y niños habitan lógicas distintas: uno busca control y orden; el otro, exploración y creatividad. Y ese desajuste puede generar cansancio uno como adulto, pero también frustración en ellos. Esto lo desarrollamos con algún nivel de detalle mayor en el blog del juguete al juego

El desafío no es solo encontrar tiempo, sino aceptar el juego en sus propios términos y entrar con ellos en ese mundo.


5. ¿Y qué hago entonces?

Cada vez que jugamos con los pequeños, salimos del mundo cotidiano y entramos en el círculo mágico. Estar pendientes del teléfono o distraídos rompe esa inmersión: no podemos jugar a medias. Reconocer que el juego tiene un tiempo y un espacio acotados en el tiempo y en el espacio, ayuda a liberar la carga mental que implica. Proponte jugar 20 minutos y dejar el teléfono en otra habitación. Esa experiencia les servirá para entrenarse y para los niños es una vivencia completa, aunque como adultos pensemos que 20 minutos es poco.

Jugar con niños es un desafío y también una oportunidad. Requiere soltar el control, dejar de lado la rutina y entrar con ellos en su mundo lúdico. Comprender estas diferencias nos permite vivir el juego de manera más consciente, significativa y compartida. Decidir soltar el control es muy diferente a perder el control y, por tanto, puede haber una experiencia más relajante dentro del círculo mágico.

Y finalmente encontrar el juego indicado, que pueda equilibrar bien las crecientes capacidades de los pequeños y sea agradable de jugar para los adultos, es clave para entenderse dentro del círculo mágico. Estos juegos cambiarán con el tiempo y constituirán algunos de sus mejores recuerdos juntos.


Si te interesa profundizar en este tema, te invito a leer la versión extendida de este artículo, donde exploro aún más estas ideas. Puedes leerla aquí.

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